Hay un cubo de azúcar con música francesa,
al costado tiene a su compañera azúcar morena,
quien espera eternamente por ese ritmo que la descube de alegría.
No se mueven,
observan a cada persona sentarse, no saludan.
Ya ni las miran, nadie quiere deshacerlas en el café.
Los sobres del costado se llevan todos los aplausos,
ciegos y sordos,
la música no han escuchado y a la gente no han conocido,
todos se compadecen de sus sentidos fallidos y los siguen disolviendo en sus tazones desabridos.
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